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🌙Confesión #1:

El bombón del café

(o cómo una puerta me recordó que sigo viva)


No planeaba nada. Solo quería un café y un rato de calma. Pero la vida, con su sentido del humor tan oportuno, decidió darme un recordatorio… en forma de portazo.

Ahí estaba él: alto, blanco, muy guapo la verdad... con esos rasgos que parecen sacados de algún rincón del Mediterráneo, ojos oscuros y profundos, y una barba muy cuidada.

Me abrió la puerta del baño… directamente en la cabeza.

Y entre su vergüenza y mi sorpresa, solo atinó a decirme, apenado:

—"Lo siento, ¿está bien?"

Yo, intentando no reírme del absurdo, le respondí con fingida ligereza:

—"Tranquilo."

Pero por dentro pensé:"¿Cómo no voy a estar tranquila, si estoy viendo un bombón como usted, señor desconocido?"

Después, como quien no quiere la cosa, me senté cerca. Y si la vida fuera como esas películas donde las casualidades terminan en conversaciones eternas, tal vez me habría sentado a su mesa, y hubiéramos compartido un café mientras hablábamos de libros, de viajes, o simplemente del golpe accidental que nos cruzó los caminos.

Quizá habría sido una tarde bonita. O quizá no habría pasado nada. Pero la escena habría quedado perfecta: él con su laptop, yo con mi café, y las sonrisas cruzando la mesa como si lleváramos toda la vida conociéndonos.


Pero no. La vida real fue otra cosa.

Yo no estaba con él.


Estaba con mi papá y mi sobrina, hablando de mi infancia, de mis días en el campo, mientras el bombón estaba sentado en otra mesa, girando la cabeza cada tanto para mirarme, a veces de reojo, a veces por completo, y sonriendo como si también le estuviera contando a él mis historias.

Fue premeditado sentarme donde me senté, lo admito.

Mi papá estaba frente a mí, pero él quedó justo en el ángulo perfecto. Porque el taco de ojo también alimenta el alma. (jejeje)

Mientras fingía que mi conversación familiar era mi única prioridad, no pude evitar disfrutar el pequeño espectáculo cotidiano.

Él me miraba, sonreía, y parecía estar cómodamente instalado en ese intercambio silencioso. Bien metichito, pero lindo. Su sonrisa era de esas que no buscan nada más que disfrutar el momento.

No pasó nada más. Solo sonrisas cruzadas, alguna que otra frase dicha al aire, y su despedida cuando me levanté a irme:

—"Que le vaya bien. Cuídese mucho."

Y me quedé con eso.

Con su sonrisa accidental.

Con su amabilidad sencilla.

Con la sensación bonita de recordar que la piel también tiene derecho a despertarse, aunque el alma esté tranquila.

No lo busqué.

No volví a entrar al café.

Porque no todo deseo es una misión.

A veces basta con dejarlo ser: un momento bonito y suficiente.

Aunque...No voy a mentirles.

Si tuviera TikTok, fijo le habría hecho un videito con la canción de Ana Bárbara diciendo "te encontraré, bandido", y habría puesto: "otra noche, otra vida sin tu vida y esta loca no te olvida", etiquetando al universo con el clásico: “TikTok, haz lo tuyo.”

Pero no.

Esta vez no.

Me quedé con la anécdota y la sonrisa, sin necesidad de viralizar al bombón accidental del café.

Porque no todo "amor" de 5 minutos necesita convertirse en saga.

Algunos solo son eso: un buen recuerdo, sin secuela.

Porque no soy monja, solo soy dueña de mis decisiones.

Y aunque en esta vida me fui con mi papá, quién sabe… tal vez en otro universo, yo sí me senté a su mesa.

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